Por Leonardo Motteta, miembro del Observatorio de Asuntos Humanitarios
Resulta indudable la importancia del aspecto geopolítico entre las causas de la invasión rusa en Ucrania. Sin embargo, es notorio el recurrente retorno, por parte de las autoridades rusas, de argumentaciones relacionadas con lo histórico y cultural para justificar la intervención militar[1]. Resulta evidente que la posición del gobierno de Rusia en este asunto es peligrosa ya que se pone en cuestión la misma identidad de los ucranianos, al mismo tiempo que no reconocería el derecho de la autodeterminación de los pueblos. Algunas preguntas se vuelven relevantes ante estas declaraciones: ¿Cómo ve Rusia a Ucrania y a los ucranianos? ¿Qué se entiende por la afirmación “Rusia y Ucrania son parte de un mismo pueblo”? ¿Cuál fue la posición histórica de Rusia en este asunto? ¿Qué consecuencias puede tener este posicionamiento sobre los ucranianos y sus derechos elementales?
Si tenemos la intención de analizar las causas y consecuencias de la guerra, y al mismo tiempo, intentar comprender el alcance del impacto humanitario que puede tener la intervención militar del gobierno de Putin en Ucrania, es necesario abordar este tema en profundidad. A lo largo de la historia, hemos podido observar como uno de los mecanismos con los que se han perpetrado un gran número de vulneraciones a los derechos humanos, poner en cuestión e intentar borrar la cultura e historia de los pueblos. Resulta claro entonces que, además de los objetivos geopolíticos, económicos y militares de la elite gobernante rusa, hay un componente étnico que no puede soslayarse.
Rusia como imperio
Si bien se considera que el imperio ruso nace en el siglo XVIII con la declaración del mismo por parte del Zar Pedro El Grande (Kappeler, 2014), distintos autores consideran que el germen imperial se encuentra localizado más atrás en el tiempo, casi en el nacimiento mismo del zarato en el siglo XVI (Fernández Riquelme, 2014) (Hubeñak, 2001). Incluso, teniendo en cuenta los registros eslávicos, se puede rastrear la influencia imperial bizantina en la zona, tanto en Moscú como en Kiev, desde unos siglos antes (Hubeñak, 2001).
El nacimiento del imperialismo ruso podría sintetizarse en la figura del emperador (Basileo) bizantino. Al igual que el antiguo Cesar, el Basileo tenía una función militar y jurídica. Pero además, por influencia de las culturas orientales, era también déspota (absolutista) y jefe religioso (Hubeñak, 2001). De esta manera pueden graficarse de forma simplificada los aspectos de las pretensiones imperiales rusas: se pueden dilucidar dimensiones políticas, religiosas, y étnicas.
Aspecto Religioso
El primer aspecto del imperialismo ruso que surge en esta etapa temprana es el religioso (Fernandez Riquelme, 2014). La caída de Constantinopla, que era el centro del cristianismo ortodoxo, precipitó la búsqueda de una “tercera Roma” que heredara el rol del Imperio Bizantino (Hubeñak, 2001). Para muchos religiosos esta “Roma” era Moscú, que resistía las influencias católicas de occidente y los avances de los pueblos nómades de oriente. La actual capital rusa no era solamente un centro religioso, sino el bastión de la civilización para el mundo ortodoxo (Hubeñak, 2001). La ciudad de Kiev también había recibido una influencia temprana de lo bizantino y formaba parte de esta civilización que los moscovitas consideraban debían defender por mandato divino (Hubeñak, 2001). La actual iglesia ortodoxa de Rusia, con sede en Moscú, coloca su nacimiento en la ciudad de Kiev, cuando el gobernante de origen nórdico de la ciudad se convirtió al cristianismo (Heppel, 1987). Este bautismo es celebrado todos los años por la iglesia ortodoxa rusa. En 2013 esta ceremonia incluyó al presidente Putin y a su par ucraniano Viktor Yanukovych, maniobra que buscaba consolidar el liderazgo ruso en lo religioso (Kappeler, 2014).
Es posible afirmar que existe una relación cercana entre la fe ortodoxa y el proceso de consolidación de poder en la Rusia medieval. La religión ortodoxa sirvió como un elemento aglutinante y que en gran medida le otorgó una justificación al zarato y una legitimidad a su dominación imperial.
Durante los años siguientes a la caída de la Unión Soviética, el Patriarcado de Moscú se consolidó como el centro más importante de la iglesia ortodoxa. Esta situación le sirvió a Putin para hacer un uso político de la religión en poblaciones cercanas que se consideran ortodoxas (Kappeler, 2014). El patriarca de Moscú Cirilo, estrechamente relacionado al gobierno ruso, ha defendido la idea de que existe una “sagrada Rusia”, en donde se encontrarían unidas Ucrania, Rusia y Bielorrusia (Kappeler, 2014). Sin embargo, la relación estrecha del actual patriarca de Moscú con el presidente ruso y el apoyo incondicional de la cabeza de la iglesia ortodoxa rusa a las intervenciones militares en Ucrania, han disminuido notablemente el apoyo, en Ucrania y en Rusia, a esta iglesia (CNN, 2022).
Aspecto Político
Con respecto a lo político, la justificación del imperialismo ruso para con Ucrania, se relaciona principalmente con el problema de la identidad política de ambos pueblos. La posición actual de Rusia es que su nación tiene su primer antecedente en el Rus de Kiev, es decir que este país tendría un pasado común con Ucrania (Kappeler, 2014). En la narrativa rusa, Ucrania forma parte de Rusia, y los períodos donde Ucrania fue parte de otras entidades políticas o logró cierta autonomía, son considerados por la historiografía rusa como momentos de resistencia y separatismo (Kappeler, 2014).
El nacimiento de Moscú, que ocurrió aproximadamente para el año 1200, estuvo fuertemente marcado por la invasión mongola. Esta intervención militar arrasó al rus de Kiev y dejó espacio para el crecimiento de un nuevo poder en la zona (Hubeñak, 2001). La influencia mongol fue importante en el área, propiciando un fuerte expansionismo que no era habitual en un lugar donde no existía esa tradición propia de pueblos más nómades (Hubeñak, 2001). Al mismo tiempo, el poder religioso se mantuvo inalterado, ya que los mongoles tuvieron un trato preferencial con la iglesia ortodoxa (Hubeñak, 2001). Puede observarse que el nacimiento de Moscú estuvo influenciado por dos grandes imperios: El Romano-Bizantino y el mongol. Este imperialismo originario tuvo una gran influencia en los zares que dominaron Rusia y sus alrededores y culminarían en la declaración imperial de Pedro El Grande.
Si bien la historiografía rusa considera a Moscú y su expansión cómo la continuación del Rus de Kiev, la mayoría de los académicos ucranianos disienten en este sentido. Estos pensadores en general consideran que el Rus de Kiev es una unidad política autónoma que antecede al actual Estado ucraniano, al mismo tiempo que los periodos donde Ucrania se encontraba unida a Rusia son etapas de sometimiento a un gobierno externo (Kappeler, 2014). Más allá de la polémica por los orígenes de ambas culturas, es claro que la posición rusa borra la posibilidad de que Ucrania se piense como un pueblo autónomo, considerándola parte de una unidad liderada por Moscú.
Aspecto étnico
Una pregunta fundamental que está presente en el conflicto es ¿Qué son los ucranianos? ¿Qué se entiende por el “pueblo de Ucrania”?. La perspectiva histórica de Rusia en general, consiste en no considerar a los ucranianos como una etnia particular y diferente de la rusa. En el siglo XIX se acuñó la expresión “pequeños rusos” para nombrar a los pobladores de Ucrania (Kappeler, 2014). Esta forma de denominar a los ucranianos comenzó a tener una carga peyorativa, definiendo a quienes no habían absorbido la cultura rusa, continuando con prácticas antiguas e incivilizadas. Esto demuestra que existía un intento de homogeneización cultural, para poder establecer una dominación más eficaz sobre Ucrania.
Este proceso, si bien tuvo algún éxito con la elite aristocrática de Ucrania, era resistido por los campesinos pobres que seguían manteniendo su identidad cultural (Kappeler, 2014).
Este proceso fue acompañado por un movimiento ideológico que comenzó a forjarse durante el siglo XIX, el nacionalismo ruso (Fernandez Riquelme, 2014). Este movimiento entendía que eran necesarios dos pasos fundamentales: La unificación de los pueblos “rusos” (Rusia, Ucrania y Bielorrusia) y la “rusificación” de los eslavos (Fernandez Riquelme, 2014). El imperio ruso se comienza a considerar un instrumento político para la expansión cultural rusa, contrarrestando en la zona las influencias externas: el aburguesamiento occidental, el catolicismo polaco, el islam otomano. Rusia se entendía entonces como protectora de Ucrania y su cultura, pero sin otorgarle una entidad autónoma a esta, sino subordinándola a los aspectos étnicos rusos y considerándola más atrasada.
Si bien existieron distintos intentos de Ucrania por rescatar su cultura durante la dominación rusa, estos no fueron fructíferos principalmente porque la élite ucraniana estaba muy relacionada con los rusos. Recién en el año 1920, posteriormente a la Revolución de Octubre, comenzó un renacimiento de Ucrania como nación. Esto se debe principalmente a que, bajo los preceptos de la revolución bolchevique, Ucrania se entendía cómo un país soberano, distinto de cómo era considerada por el Imperio. Sin embargo, esto no significa que no existiera una opresión rusa sobre el territorio ucraniano, sino que esta postura inicial abrió la posibilidad de iniciativas de los líderes ucranianos para recuperar la historia particular de Ucrania (Kappeler, 2014). Con la consolidación del estalinismo y los posteriores gobiernos soviéticos, la rusificación volvió a ser marcada y solo pudo romperse con la caída de la URSS en 1991 (Kappeler, 2014).
Imperialismo ruso y sus consecuencias
Si bien se observa que las pretensiones imperialistas de Rusia sobre Ucrania son históricas, puede decirse que hoy en día estamos ante un “nuevo imperialismo ruso” (Van Herpen, 2017). Después de un periodo de repliegue de Rusia por la caída de la URSS y sus consecuencias políticas, en el siglo XXI, ya con un Putin afianzado en el poder, el Estado ruso comenzó a intentar debilitar, con fuerza, la autonomía de Ucrania (Van Herpen, 2017). El líder separatista Aleksandr Zakharchenko (asesinado en 2018) planteaba como bandera el proyecto de la pequeña Rusia, con la idea de que Ucrania se incorpore en su totalidad a esta nueva unidad territorial (Van Herpen, 2017).
Resulta claro entonces, que las viejas justificaciones siguen vigentes y atentan contra la existencia no solamente del Estado de Ucrania, sino de su pueblo mismo. El lenguaje del gobierno de Putin, recuperando un fuerte nacionalismo que sueña con una gran nación dirigida por el pueblo ruso, reafirma que lo que existe no es meramente un conflicto geopolítico: Hay una intención de subyugar, dominar y destruir una nación, una cultura. El objetivo final de la élite rusa no es la de dividir a Ucrania, es el de anexarla, cumpliendo así el sueño de una gran Rusia.
Bibliografía:
Fernández Riquelme, S. (2014). Rusia como Imperio: análisis histórico y doctrinal. La razón histórica: Revista hispanoamericana de Historia de las Ideas, Nº 25, 2014.
Heppell, M. (1987). The baptism of Rus'. Religion in Communist Lands, 15(3), 244-256.
CNN Español (4 de mayo de 2022) Un líder cristiano "en una alianza profana": quién es Cirilo, el patriarca ortodoxo ruso que apoya la guerra de Putin. Disponible en: https://cnnespanol.cnn.com/2022/05/04/kirill-patriarca-ortodoxo-ruso-guerra-orix/
Hubeñak, F. (2001). Rusia. Teoría y praxis del imperialismo. Tesis de Doctorado en Historia. Universidad Nacional de Cuyo. Argentina
Kappeler, A. (2014). Ukraine and Russia: Legacies of the imperial past and competing memories. Journal of Eurasian studies, 5(2), 107-115
Van Herpen, M. H. (2017). La respuesta al nuevo imperialismo ruso: el dispar destino de Ucrania, Belarús y las Repúblicas Bálticas en De Pedro, N y Ghilès, F (eds.) (2017) Guerra en tiempos de paz La estrategia de Rusia en los flancos Sur y Este de la OTAN. CIDOB edicions. Barcelona. España
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