Por Fernando Ariel Manzano, Miembro del Observatorio de Economía Política Internacional
Existe una paradójica relación de larga data entre el desarrollo tecnológico y el empleo. (Levy y Murnane, 2017).
En momentos del surgimiento de la economía política, David Ricardo –uno de los máximos representantes del pensamiento económico clásico–, respecto al complejo vínculo mencionado anteriormente, escribía: “estoy convencido que la sustitución del trabajo humano por la maquinaria es, a menudo, muy perjudicial a los intereses de la clase trabajadora...” y puede “convertir en superflua a la población y deteriorar la condición del trabajador” (Ricardo 1817, p. 289). En el mismo sentido, Marx (1867) anunció que paulatinamente el trabajo humano sería reemplazado por máquinas, generando salarios de subsistencia para la mano de obra (Marx, 1906; González-Páramo, 2017).
La primera Revolución Industrial provocó una gran expulsión de obreros en Gran Bretaña y otros países de la Europa en proceso de industrialización. El desenlace de esta mano de obra desocupada generada, fue la migración hacia América y Oceanía (Gordon, 2012). Cuando aún no habían cesado los efectos de la primera Revolución Industrial, en el último cuarto del siglo XX se produjo la segunda. Con ella se extendió el proceso de producción en masa, permitiendo reducir los costos y tiempos de trabajo (Samanes Echeverría y Martínez Clares, 2018). Teniendo entre sus correlatos la introducción de la jornada laboral de cinco días, incentivando el aumento de nuevos empleos en servicios vinculados al tiempo libre (Escudero Nahón, 2018). Cabe destacar que se incrementó la demanda de trabajadores no calificados–“ganadores”–, mientras que se sustituyeron los empleos más calificados–“perdedores” –.
Conforme se fue afirmando el mercado de trabajo moderno, surge el reconocimiento del desempleo involuntario y de carácter social. En contraposición al desempleo voluntario considerado por la teoría económica ortodoxa (Beveridge, 1930; Webb y Webb, 1909).
La instauración del taylorismo y fordismo como base de la cadena de montaje, género el reemplazo de los trabajadores por máquinas, en consecuencia, se produjo un incremento en la productividad en la industria norteamericana, en simultáneo con un gran aumento del desempleo (Arranz, 2017; Rifkin, 2004; Salazar, 2011).
Tras la crisis del crack de 1929, la medición de los desocupados o a quien considerar desocupado cobró otra relevancia, habiendo sido estas cuestiones hasta entonces escasamente planteadas (Desrosières, 1996; Daniel, 2011). En este contexto, Keynes en 1930, acuñó el concepto de "desempleo tecnológico" (Keynes, 1963), para dar cuenta de la consecuencia del proceso de automatización en el mercado de trabajo (González-Páramo, 2017). Este concepto da cuenta de la discrepancia entre las nuevas habilidades que demandan los sectores innovadores emergentes, y los conocimientos que poseen los trabajadores expulsados, asociados a máquinas que pasaron a ser obsoletas (Freeman y Soete, 1987; Heijs y Arenas Díaz 2020; Bustamante García, 2018).
A finales de los años cincuenta del siglo XX, comenzó la Tercer Revolución Industrial, lo que implicó la introducción gradual de los ordenadores permitiendo la automatización y digitalización de toda una serie de procesos productivos realizados de forma manual en tiempos pasados (Samanes Echeverría y Martínez Clares, 2018; Martínez, 2018).
En el mercado laboral, esta revolución demandó competencias profesionales mano de obra de alto nivel educativo –“ganadores”–, y sustituyó puestos de trabajo que requerían mediana habilidad –“perdedores”–. En tanto, los trabajadores que realizaban tareas manuales no rutinarias –de bajos salarios–, no se vieron afectados en gran medida (Acemoglu, 2002; Hermann et al., 2016).
A partir de la última década del siglo XX, se dio inicio a la Cuarta Revolución Industrial. A diferencia de las tres revoluciones anteriores, no se define por la emergencia de una tecnología disruptiva específica, sino por la convergencia de varias tecnologías digitales, físicas y biológicas exponenciales, como la inteligencia artificial, la robótica avanzada, la manufactura por impresión 3D, el transporte autónomo, el cloud computing, los sensores de recogida de datos, el big data, el internet de las cosas, la nanotecnología o la computación cuántica. (González-Páramo, 2016; Escudero Nahón, 2018; Coleman, 2017).
En los años venideros, la disrupción tecnológica y su interacción con otras variables socioeconómicas, geopolíticas y demográficas, pueden generar una gran convulsión en el mercado laboral. Junto a las tasas de desempleo previstas, el cambio tecnológico no es neutral en la composición del empleo. Sus efectos son sesgados en función de la demanda de calificaciones, debido a que una tecnología determinada se complementa en diferente medida con los distintos tipos de habilidades –no siempre es en relación al trabajo realizado por la mano de obra con mayor nivel educativo o mejor calificada–. En este contexto, se destacan las dificultades para cubrir ciertos puestos de trabajo en la próxima década, cuyas competencias se desconocen a la fecha - principales cambios: nuevas tareas de trabajo que demandarán nuevas competencias, transformación de ocupaciones conocidas que requieran la evolución de competencias, y desaparición de tareas laborales que traerá la obsolescencia de determinadas competencias (Loshkareva et al., 2018)-. Asimismo, el impacto de la tecnología acortará la vigencia de las competencias de los trabajadores, que necesitarán actualizarlas a lo largo de toda la vida (Lladós i Masllorens, 2019; Samanes Echeverría y Martínez Clares, 2018).
El impacto de la Revolución 4.0 según los autores pesimistas, será de altas tasas de desempleo, mientras que los optimistas sostienen que los trabajadores desplazados encontrarán nuevos puestos de trabajo. Desde una posición intermedia, basada en lo ocurrido a lo largo de la historia, afirman que los puestos destruidos, serán reemplazados por otros nuevos con diferentes tipos de actividades, desarrolladas por distintos perfiles profesionales y posiblemente en otros lugares (Dans, 2017; González-Páramo, 2017; Lasalle, 2018).
Varios estudios, destacan la constitución de un mercado de trabajo dual, dividido entre quienes sepan domar a las máquinas y quienes realicen trabajos tan poco cualificados que no salga rentable sustituirlos por dichas máquinas – también trabajos que exigen estudios de nivel intermedio reemplazados por trabajos de baja calidad–. En medio, el espacio social destinado a la desaparición progresiva de la clase media de calificación intermedia producto del progreso tecnológico. Presentándose cierta analogía con la situación de los machine-breakers del siglo XVIII cuyo alto nivel de cualificación no evitaba una mecanización de sus tareas (Ford, 2015; Dorn,2016; Heijs y Arenas Díaz, 2020).
A modo de síntesis…
El miedo al desempleo tecnológico es un fenómeno que ha existido desde hace varios siglos y que se agudiza en épocas de cambios tecnológicos radicales. Siendo estos periodos de transición de shock tecnológico –de corto y mediano plazo– donde las economías deben soportar altas tasas de desempleo (Mokyr et al., 2015; Minian y Martínez Monroy, 2018).
A partir de la industrialización y a lo largo de las sucesivas revoluciones industriales, que han permitido incorporar mejores máquinas (Andrés y Doménech, 2018), se ha llevado adelante una lucha constante contra el desempleo, siendo paradójicamente, uno de los hechos que la teoría económica convencional tiene más dificultades en asimilar y explicar (Asenjo,1992).
Las evidencias empíricas sobre el impacto del cambio tecnológico en el nivel de empleo son abundantes, pero los resultados difieren significativamente debido, entre otras cosas, al periodo de estudio, los países analizados, el nivel de análisis –macroeconómico, regional, sectorial o microeconómico–, y la diversidad de las variables e indicadores utilizados para medir el cambio tecnológico (Frey y Osborne, 2013; Levy y Murnane, 2004)
En los años sesenta del siglo XX se expresó el temor por un escenario extremo – la Singularidad Tecnológica–, en donde las máquinas inteligentes se harían cada vez más potentes, llegando a superar al ser humano y expulsando del mercado de trabajo (Harari, 2017). En la actualidad, en el marco de la cuarta revolución industrial, la posibilidad de que se esté ante un cambio tecnológico radical en la demanda de empleo volvió a activar las alarmas del miedo al desempleo tecnológico (Brynjolfsson y McAfee, 2011; MGI, 2017; Frey y Osborne, 2013; Chui et al., 2016; Jäger et al., 2016).
Las nuevas tecnologías del futuro –industria 4.0– y su potencial nivel de automatización, podrían disminuir la importancia del costo laboral en la producción industrial. En consecuencia, la producción que se realiza en países de salarios bajos podría regresar a los países más avanzados, acaparando estos últimos todo el aumento de la productividad generado por el cambio tecnológico (McKinsey, 2017; Frey y Osborne 2017). Siendo necesario la generación de políticas –en particular en los países en desarrollo– en el marco de sus condiciones económicas y sociales particulares, que contribuyan a mitigar el desempleo tecnológico. Por ejemplo, mediante la gestión de formación de mano de obra en las nuevas competencias, coadyuvando en su adaptación a la nueva estructura laboral y brindando protección social a los trabajadores en la medida que lo requiere una economía vertiginosamente cambiante (Salinas, 2001 Minian y Martínez Monroy, 2018; Ramió Matas, 2018; Galindo Caldés, 2019). Así como también sería enriquecedor avanzar en el debate sobre la renta básica, ante un mercado laboral cada vez más polarizado, debido al desempleo y la desigualdad de origen tecnológico.
Referencias
Licenciado en Economía (UBA), Licenciado en Sociología (UBA) y Doctor en Demografía (UNC). Investigador Adjunto CONICET. fernando14979@hotmail.com; https://www.researchgate.net/profile/Fernando_Ariel_Manzano; https://orcid.org/0000-0002-1513-4891
El pensamiento clásico considera que la mejor forma de asignar los recursos -incluso el empleo, debido a la posibilidad de sustitución perfecta entre capital y trabajo-, es través del mercado libre, alejada de cualquier intervención del Estado. Para esta corriente económica, un incremento de la mecanización de la producción, disminuye los precios de los productos, generando un mayor bienestar general a largo plazo (Heijs y Arenas Díaz, 2020).
La fabricación de una máquina demanda menos empleo que el que reemplazaría para que sea de utilidad al capitalismo (Marx, 1972). De esta manera, según Marx, el avance tecnológico permitiría mantener en mínimo los costos salariales (Heijs y Arenas Díaz, 2020).
Según la teoría económica neoliberal, el cambio tecnológico toma parte en el proceso de auto-ajuste, donde el desempleo tecnológico sería una excepción a corto plazo en forma de desempleo friccional. Destacándose esta teoría por no disponer hasta la actualidad, de una explicación profunda respecto al problema del desempleo (Vivarelli, 2007; Asenjo, 1992).
En relación al desempleo masivo y permanente asociado al mal funcionamiento del mercado de trabajo (Cabrales, 2011; Fernández Márquez, 2005), Keynes sostuvo que no es un problema de oferta –como considera el pensamiento económico neoliberal–, sino de demanda, por lo que no puede ser resuelto mediante un ajuste salarial en el mercado de trabajo (Heijs y Arenas Díaz, 2020). Siendo necesario la acción del Estado para su solución (Salazar, 2011). En palabras de Keynes, se generará desempleo tecnológico “…debido a que nuestro descubrimiento de los medios para economizar el uso del factor trabajo [está] sobrepasando el ritmo con el que podemos encontrar nuevos empleos para el trabajo disponible” (Keynes, 1986, p. 330). Dado que el proceso de innovación es continuo, un retraso en la compensación podría generar desempleo estructural permanente (Piva y Vivarelli, 2017)
No obstante, cabe destacar la existencia de un abordaje contrario a estas narrativas tecno-revolucionarias, que critican las imágenes convencionales de las revoluciones industriales asociadas a ciertas innovaciones singulares, como causas determinantes de las revoluciones. Por ejemplo, la máquina a vapor en la primera revolución industrial, el circuito integrado en la tercera. Desde esta perspectiva contraria a la concepción tradicional de la tecnología, se rechaza las acotaciones temporales asignadas a cada revolución industriales, y se destacan las múltiples innovaciones técnicas en diferentes ámbitos a lo largo del tiempo (Arencibia Pardo, 2020)
En este contexto, surge el concepto de Industria 4.0 que busca integrar las respuestas de los países desarrollados a la Cuarta revolución. Este concepto se basa en el carácter más ubicuo y móvil del internet, lo que permitiría la difusión de sistemas ciber-físicos. Estos permiten la modelización digital de los procesos de producción, que se auto controlan mediante el intercambio de datos generados en el propio proceso de fabricación (Schwab, 2016; CEPAL, 2019).
Los trabajos realizados –teóricos o basados en evidencias empíricas–, señalan además del problema del incremento de la sustitución de los trabajadores por máquinas, el aumento de la concentración del ingreso y de la dependencia externa (Wionczek, 1986). Según Pissarides (2017), el progreso técnico genera una dinámica sesgada del empleo y de los salarios, siendo aquella la principal causa del aumento de la desigualdad que se ha producido en muchas economías avanzadas.
Diferentes escuelas de pensamiento económico tratan de brindar respuesta al efecto de la innovación en el empleo, tales como los neoclásicos, la teoría keynesiana, las ideas evolucionistas -representadas por Schumpeter y Christopher Freeman-, entre otras (Heijs y Arenas Díaz, 2020).
El nivel de inquietud social respecto a las consecuencias de esta revolución, ha llegado al punto de considerarla como “el fin del empleo” o “el fin del trabajo” (Lladós i Masllorens, 2019; Ayuso, 2016).
Actualmente, la fuerza laboral se encuentra fragmentada, con una oferta de trabajo amplia y altos niveles de desempleo en comparación con los años de postguerra –donde el poder de los sindicatos era lo suficientemente alto para negociar un incremento de los salarios–. Lo que conlleva a una pérdida del poder de negociación por parte de los sindicatos en el contexto del desempleo actual (Vivarelli, 2012).
Avent (2016), plantea un escenario de aceleración de la productividad en el que las nuevas tecnologías serán tremendamente disruptivas y crearán nuevos, pero no en cantidad suficiente para absorber toda la mano de obra disponible, lo que conduciría a una situación de desempleo tecnológico masivo.
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