El hoyo (Galder Gaztelu-Urrutia, 2019)
Pablo Marcelo Longa, miembro del Observatorio de Economía Política Internacional
El Hoyo es una película conmovedora y perturbadora. Pertenece al cine abstracto y por momentos, es escatológica. El hoyo es una especie de cárcel, organizada de manera vertical: en lo más alto está el nivel 0, en el cual funciona una lujosa cocina. Debajo, hay 333 celdas numeradas, que cada una alberga a dos prisioneros.
Todos los días, una plataforma repleta de alimentos baja piso por piso, de manera que los prisioneros deben alimentarse con las sobras de su piso anterior. La única regla es que nadie puede conservar comida una vez que la plataforma abandonó el piso. De ser así, la temperatura de la celda empieza a subir o bajar abruptamente hasta que los cautivos devuelvan la comida…o mueran. ¿Cómo se define el nivel ocupa cada uno? Cada mes, las parejas de prisioneros son designados a un piso de manera aleatoria.
Nuestro protagonista Goreng (interpretado por Iván Massagué Horta) es un nuevo recluso voluntario que despierta en el nivel 48, junto a un hombre mayor llamado Trimagasi. Este último pasará los primeros minutos de la película explicándole al novato el funcionamiento del llamado hoyo. Goreng le pregunta a Trimagasi: «¿Cuántos pisos hay?» «No lo sé, pero yo estuve en el 132, y había más abajo…». Enseguida viene la repregunta: «¿Y cuánta comida llega al 132?» «Nada…». Sorprendido ante esa respuesta, Goreng propone: «Hay que comunicarse con los de arriba». «¿Para qué?» «Para que racionen la comida». Trimagasi lo interrumpe con mala cara: «Eh, eh, eh, ¿es usted comunista? Los de arriba no escucharán a un comunista». La idea de que cualquier reclamo de mayor “justicia social” sea considerado “comunista” nos habla un poco del pensamiento de época que se está cuestionando en la película. Trimagasi representa el egoísmo y acepta al sistema tal cual es. Él desprecia tanto a quienes están por arriba como por debajo. Insulta a los de arriba, escupe y orina a los de abajo. Para el liberalismo económico el egoísmo es una virtud que impulsa a los individuos a trabajar más y a producir más en busca del lucro. Tal como salta a la vista, la película contiene una clara crítica al capitalismo. Según palabras del director: “Todos sabemos que cuanto más liberal sea el capitalismo, más se van a agrandar las diferencias entre los que más tienen y los que menos tienen”. Sin embargo, la película muestra también las luces y sombras de las distintas respuestas a esta realidad. En este sentido, aparecerán elementos revolucionarios y religiosos que profundizará el contenido del film, convirtiéndolo en mucho más que una mera queja ante la realidad.
Obviamente el tema central de la película es la desigualdad. Pero… ¿Por qué se habla de desigualdad, y no de pobreza? Vamos por partes: la pobreza se relaciona con la carencia de recursos para satisfacer necesidades básicas. Si bien sabemos que es uno de los grandes problemas que aquejan a la humanidad, medirla no es fácil, ya que, al haber tantas variables en juego y realidades tan distintas para analizar, cualquier indicador resulta incompleto. El método más común o clásico es la clasificación según el nivel de ingresos, es decir, considerando el costo de una canasta básica de alimentos y servicios, se establecen umbrales por debajo de los cuales se está en una situación de pobreza o pobreza extrema. Si bien cada país tiene su propio sistema de medición, con sus propias líneas de pobreza e indigencia, es normal querer tener un sistema que permita comparaciones globales. En este sentido, el Banco Mundial considera que las personas con ingresos inferiores a 1,9 dólares por día están en situación de pobreza extrema o absoluta. Según esta entidad, la pobreza extrema bajó desde el 36% en 1990 al 10% en 2015, pero cerca del 50% de la población mundial aún tiene carencias en bienes esenciales (ya que vive con menos de 5,5 dólares por día). Este método, sin embargo, tiene algunos problemas: los precios de los productos y los hábitos de consumo cambian entre los distintos países y sus regiones, lo que dificulta las comparaciones. Además, el nivel de ingreso no da cuenta de todos los factores que hacen a la dignidad humana: el acceso a la salud, las condiciones de vivienda, el acceso a la cultura y a la educación, etc. Por ese motivo, se creó en 1997 el índice de pobreza humana (IPH) de la ONU, reemplazado, a su vez, en 2010 por el índice de pobreza multidimensional (IPM).
Por otra parte, para efectuar mediciones y clasificación entre países, existe el índice de desarrollo humano (IDH) elaborado por la ONU. Este indicador se confecciona tomando variables relacionadas con la educación (como el porcentaje de alfabetización y el acceso a las instituciones educativas), la salud (como la esperanza de vida al nacer) y la riqueza (como el PBI per cápita). Lo bueno: esta herramienta nos permite tener una mirada más acabada sobre la situación de un país que la que obtenemos al simplemente observar su PBI. Lo malo: obviamente, al estar orientada a medir y categorizar países, presenta dificultades a la hora de comprender las falencias concretas de la población.
Hablar de desigualdad, por su parte, implica una comparación entre distintas personas (o países). Dicha concepción tendría poco sentido si los individuos no se vinculan entre sí. Es decir, si cada persona se relaciona únicamente con la naturaleza para obtener recursos, las acciones que ésta realice la afectarían solamente a sí misma (siempre y cuando consideremos que los recursos son abundantes y no se agotan). Pero no solo vivimos en un mundo de recursos finitos, sino que, además, la forma en la que los transformamos en bienes es siempre social. El desarrollo del capitalismo y las revoluciones industriales intensificaron la división del trabajo, que no es otra cosa que la separación de tareas en busca de una mayor especialización que aumente la productividad. De esta manera, se genera una interdependencia entre los distintos trabajadores. La importancia de la distribución de tareas no tiene su correlato con la distribución de la riqueza. Es decir, en términos abstractos, la sociedad en su conjunto coopera para producir bienes, pero en el ámbito del mercado, se compite (en un “todos contra todos” donde la capacidad de influencia es muy desigual) para determinar cómo se reparten los beneficios.
En la película, el hoyo conecta a todos los reclusos, generando un vínculo entre ellos: la suerte de los de abajo depende del comportamiento de los de arriba. Para entender bien las potencialidades y los límites de esta representación debemos destacar dos elementos: en primer lugar y como ya mencionamos, los niveles se asignan aleatoriamente (no por cuestiones meritorias); en segundo lugar, se excluye todo aquello relacionado con el proceso productivo en sí, ya que aquí los presos no intervienen en él (son sólo consumidores de los recursos que les otorgan). Estos elementos nos llevan a un enfoque claro: la desigualdad social como problema ético y sistémico. Al mismo tiempo, excluyen cuestiones como la meritocracia o la explotación, sobre las cuales haremos un breve comentario.
La creencia en la meritocracia, es decir, la idea de que las posiciones jerárquicas se obtienen gracias al esfuerzo personal, generalmente es utilizada para justificar las desigualdades existentes. La contracara de legitimar los privilegios de una determinada élite en base a sus virtudes, suele ser culpar a los menos favorecidos (pobres, excluidos, perdedores, etc.) por su condición. En este sentido, la filósofa española Adela Cortina acuñó en la década de 1990 el neologismo aporofobia para referirse al odio hacia la pobreza y a los pobres. El concepto fue ganando fuerza y en 2017 ingresó al diccionario de la RAE y ganó el premio a la palabra del año de la Fundéu (Fundación del Español Urgente). ¿Qué nos dice esto? Cuando una sociedad vive una situación de crisis económica, es normal que se busquen culpables para explicar por qué las cosas no funcionan como supuestamente deberían funcionar. Ante esta realidad el pensamiento conservador (para proteger al sistema vigente) suele cargar toda la culpa sobre sujetos que puede adjetivar de forma negativa como incapaces, perezosos, o corruptos (y así dividir el mundo en buenos y malos).
En cuanto a la película, podemos interpretar que al excluir la meritocracia está rechazando el término , o podemos pensar que se evita tocar el tema para despersonalizar el problema de la desigualdad (Personalmente, me interesa más esta segunda visión). De esta manera, el problema no es que los sujetos específicos que ocupan los lugares de arriba sean malos o poco éticos, sino que cualquiera que ocupe esos lugares terminaría tendiendo prácticas egoístas (aquí empezamos a percibir al carácter sistémico). Al hablar de desigualdad estamos remarcando que la forma en la que nos relacionamos con los recursos, afecta a los demás (y viceversa).
La explotación o más precisamente la explotación social, es otro concepto que la película no aborda como dijimos, por excluir al proceso productivo. En términos generales, la explotación se da cuando una persona es utilizada en beneficio de otra de forma abusiva. En su uso común, se suele hablar de explotación cuando la remuneración por un trabajo es excesivamente baja o cuando las condiciones laborales no son las adecuadas. Desde la teoría, los conceptos son un poco más complejos. Para el marxismo, por ejemplo, el funcionamiento del capitalismo está basado en la extracción de plusvalía. ¿Qué es esto? Es la diferencia entre lo que se le paga al trabajador por su fuerza de trabajo y el valor que dicho trabajo genera.
Algunos sucesos harán que nuestro protagonista vaya teniendo distintos compañeros de celda. La segunda persona con quien se cruzará en su estadía en el hoyo es una mujer llamada Imoguiri. Goreng despierta junto a ella (y a su perro salchicha) en el nivel 33, e inmediatamente la reconoce: Imoguiri trabajaba para la administración de la prisión y fue ella quien lo entrevistó antes de ingresar. Al igual que nuestro protagonista, ella entró en el hoyo de manera voluntaria. Si Trimagasi representaba al egoísmo, Imoguiri representa la solidaridad, la ética y la espiritualidad. Cuando Goreng califica al hoyo de “pocilga”, su compañera le aclara: «Nosotros preferimos llamarlo “centro vertical de autogestión”». El pensamiento de Imoguiri se nos revela en una de sus primeras frases: «Si todo el mundo comiera solo lo que necesita, la comida llegaría al nivel más bajo». Ella está esperando «algo que haga florecer una solidaridad espontánea». Sin embargo, Goreng disiente: «Los cambios nunca se producen de manera espontánea, señora». Cuando llega la plataforma con alimentos, Imoguiri va a tener dos gestos que nos marcan claramente su ética: en primer lugar, anuncia que comerá día por medio, para poder alimentar a su perro sin quitarle comida a los reclusos de abajo; en segundo lugar, prepará dos porciones (con los nutrientes necesarios) para las personas del nivel inferior, esperando que ellos sigan la indicación de hacer lo mismo y así racionalizar los víveres. Como era de esperar, los presos del piso de abajo rechazan la iniciativa de Imoguiri. Durante los siguientes días ella seguirá intentando que acepten su propuesta (sin ningún éxito) hasta que un Goreng ya cansado y enojado interviene: «¡Vamos a ver, hijos de puta! O hacéis exactamente lo que dice la señora o me voy a cagar en vuestra comida todos los días, y luego voy a esparcir la mierda hasta no dejar un puto grano de arroz intacto ¿me habéis oído?». La amenaza de Goreng funcionó, pero Imoguiri comenta: «No es lo que yo pensaba, yo pensaba convencerles» «Están convencidos» «¿Con mierda?» «Mucho más efectiva que su solidaridad espontánea», remarca Goreng. Aquí apreciamos dos respuestas al problema de la desigualdad, por un lado, la que apunta a la concientización y la responsabilidad ética, por otro, la de un poder vertical que apela al castigo para conseguir obediencia. El camino de Imoguiri se aproxima al que predican diversas religiones, quienes buscan un cambio social desde una transformación del individuo; el de Goreng es una referencia a los procesos revolucionarios, que buscan transformar el sistema en su conjunto. Pero la escena sigue. La señora quiere completar su objetivo: «A ver si ahora pudiéramos convencer a los de arriba» «No, los de arriba no me escucharan» dice Goreng, «¿Por?» pregunta Imoguiri, «Porque no puedo cagar hacia arriba, señora».
¿Cómo se combaten la pobreza y la desigualdad? Se denomina política social al conjunto de medidas que se aplican para evitar la pobreza y procurar una existencia social digna. De esta manera, los Estados intervienen para asegurarle determinados derechos a sus ciudadanos, ya sea a través de subsidios, pensiones, servicios públicos gratuitos, etc. El método más habitual es recaudar impuestos para poder cubrir los gastos que impliquen dichas políticas. Existen distintas formas de clasificar los impuestos, por ejemplo, decimos que son progresivos cuando aumentan a medida que crece la capacidad económica de los contribuyentes y que son regresivos en caso contrario (es decir, el porcentaje a pagar disminuye cuando aumenta el ingreso). Cada uno responde a una lógica distinta, algunos piensan que los impuestos regresivos incentivan la productividad, otros dirán que los impuestos progresivos ayudan a crear una sociedad más justa.
A su vez, como existen formas de que algunos actores trasladen el peso del impuesto a otros, es necesario ser más precisos y hablar de incidencia fiscal. Al aumentar un determinado impuesto, las empresas del sector pueden intentar, por ejemplo, transferir la carga a los consumidores de sus productos aumentando los precios. Esto será más factible si la competencia es baja, o si existe algún acuerdo entre dichas empresas (en caso contrario, subir los precios mientras la competencia los mantiene estables podría acarrear disminución en las ventas). Entonces, el impacto real de los impuestos dependerá de un montón de factores propios de cada sociedad. Muchas veces, modificar el monto o crear un nuevo impuesto puede traer consecuencias no deseadas.
Encontramos también un enorme abanico de instituciones solidarias que tienen por objetivo combatir las carencias y desigualdades del mundo actual. Algunas se consideran organizaciones no gubernamentales (ONG), aunque en los últimos años varias prefieren el término organizaciones de la sociedad civil (OSC). Estas instituciones se nutren generalmente de trabajo voluntario y reciben fondos de distinta índole, cómo donativos de empresas, donativos de particulares o fondos públicos. En este sentido, se suele hablar de Economía Social para englobar al sector de la economía que conforman las organizaciones arriba nombradas junto con empresas cooperativas, mutuales o microemprendimientos. El factor común de todas ellas es que el ánimo de lucro (que es el objetivo central de la empresa privada tradicional) desaparece o pasa a un segundo plano y lo que se persigue es, en cambio, un objetivo social.
Como ejemplo famoso podemos mencionar al Banco Grameen, que le valió a su creador, el economista Mahammad Yunus, el premio Nobel de la Paz en 2006. Dicho banco se encarga de otorgar microcréditos, es decir pequeños créditos a personas pobres sin pedir una garantía a cambio (la mayoría de ellos fueron otorgados a mujeres que desarrollan tareas cuentapropistas). La cuestión de la garantía es clave, ya que Yunus considera que el sistema financiero excluye a los pobres a través de sus normas. Lo destacable es que el Banco Grameen tiene, sin embargo, una tasa de devolución superior al 98%. La existencia de estas organizaciones genera un debate en torno al carácter y al alcance de sus actividades: ¿tienen la capacidad de transformar la realidad o son meros paliativos?
El tercer compañero de celda de Goreng se llamará Baharat y juntos intentarán cambiar la realidad del Hoyo. Habiendo tenido la fortuna de despertar en el piso 6, deciden bajar junto con la plataforma para encargarse de que la comida sea racionalizada. Su idea es forzar el ayuno hasta el nivel 50 (ya que vienen alimentándose bien) y a partir de ahí, empezar a repartir las raciones. Evidentemente, van a tener que usar una y otra vez la violencia para cumplir con su cometido. Tanto es así, que nuestros justicieros se acostumbran a ella y se tornan cada vez más sanguinarios. Aquí la película vuelve sobre la respuesta radical, esta vez como una crítica a la violencia desplegada por las revoluciones que quisieron corregir las desigualdades sociales a través de la centralización del poder. En palabras del director: “Si tú intentas imponer una solidaridad mediante la violencia, pues seguramente te terminas cargando a la mitad de los que quieres ayudar”. Al mostrar distintas respuestas al problema planteado, la película gana en profundidad y se torna aún más interesante para la reflexión y el debate.
Además de hablar sobre la desigualdad, “El hoyo” aborda la problemática del suicidio. Mientras Gorend lee su libro, una persona cae abruptamente por el hoyo, salpicando su cara de sangre tras impactar contra un borde. Imaginamos, junto a nuestro protagonista, que en los niveles bajos el suicidio debe ser algo frecuente, pero… ¿Por qué saltan los de arriba? Trimagasi nos explica: «En los niveles superiores puedes comer lo que se te dé la gana, pero luego no tienen que esperar… y sin mucho en qué pensar...». Aquí se hace patente la primera frase de la película (utilizada también en algunos tráilers): “Hay tres clases de personas, los de arriba, los de abajo, los que caen”. El suicidio es un fenómeno complejo que afecta a ricos y pobres (en proporciones que varían de país en país y según el periodo histórico y las características de cada sociedad). En Argentina, generalmente, hay cada año más suicidios que homicidios (aunque, por diversos motivos, la cobertura mediática para ambos sucesos sea muy distinta).
Cabría preguntarse entonces: ¿Qué relación existe entre riqueza y felicidad? Primero, tenemos que decir que distintas instituciones intentan “medir” la felicidad: la ONU tiene el índice global de felicidad y la New Economics Foundation tiene el Índice del planeta feliz. En las ciencias sociales, para poder dimensionar un concepto abstracto es necesario hacer un proceso que se llama operacionalización, y que siempre será en algún punto subjetivo y discutible. ¿Tener mayores ingresos implica ser más feliz? Desde la economía conductual o del comportamiento (que integra aspectos de la psicología a la teoría económica) algunos estudios afirman que existe un umbral a partir del cual un mayor ingreso no representa un incremento en el bienestar personal. Es decir, una vez cubiertas las necesidades básicas, cada nueva unidad monetaria representa un incremento menor de nuestra felicidad. Estos estudios derriban un concepto de la escuela neoclásica que marcó buena parte del debate económico del siglo XX: el de Homo economicus. El mismo sostiene (a grandes rasgos) que el hombre es un ser siempre racional y que pretende en todo momento maximizar su beneficio. En otras palabras, la economía conductual busca explicar porque muchas veces los individuos no se comportan como un agente racional, dando lugar a una visión de ser humano multidimensional que contempla emociones, sentimientos y empatía.
Llevado a la política y por un sendero distinto, podemos ver la incidencia de este cambio de paradigma en la propuesta del Sumak Kawsay (Buen vivir) desarrollado en Sudamérica, particularmente en Bolivia y Ecuador. Esta palabra quechua incorpora una cosmovisión ancestral, pero en última instancia, es un escape a la inacabable búsqueda del “vivir mejor”. El buen vivir o vida en plenitud implica un equilibrio, una armonía con la comunidad y con la naturaleza. En otras palabras, tener la convicción de que “más” no siempre es “mejor”.
Por su estética perturbadora, por la profundidad de sus diálogos, por los temas que toca y la dureza con que lo hace, “El hoyo” es una gran película para ver y recomendar (y de paso, repensar el mundo y sus desigualdades).
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