Por Rodrigo Melgar, miembro del Observatorio de Defensa y Seguridad
Los disturbios en Kazajistán del 2 al 11 de enero del 2022 y la intervención rusa subsiguiente pusieron sobre el tapete nuevamente el debate sobre el accionar ruso, que comúnmente ha sido entendido como reactivo a Occidente. Los hechos apuntan a que Rusia intervendría en lo que entiende como su esfera de influencia, aún cuando el riesgo de que Occidente esté presente sea inexistente.
Revisión de literatura
Las recientes escuelas de pensamiento que han abordado los móviles detrás de la geopolítica rusa pueden ser clasificadas en dos grandes grupos:
El primero incluye a aquellos que sostienen que la culpa de lo acaecido en los antiguos países soviéticos de Georgia y Ucrania recaería sobre occidente que, a través de su expansión oriental de la OTAN y de la Unión Europea (UE), habría incitado el recelo en el Kremlin. Este recelo habría desencadenado una reacción sistémica rusa, que habría llevado al país a invadir a Georgia y Ucrania cuando estos fueron cortejados por la OTAN y la UE respectivamente. (Mearsheimer, 2014) Este primer grupo recaba la opinión mayoritaria, expresada por célebres autores realistas como Henry Kissinger en su artículo To settle the Ukraine crisis, start at the end (Para resolver la crisis de Ucrania, comience por el final), publicado en The Washington Post; o John J. Mearsheimer en su artículo Why the Ukraine crisis Is the West's fault: the liberal delusions that provoked Putin (¿Por qué la crisis de Ucrania es culpa de Occidente?: los delirios liberales que provocaron a Putin) así como la posición de Stephen F. Cohen en su libro War with Russia? From Putin & Ukraine to Trump & Russiagate (¿Guerra en Rusia? De Putin y Ucrania a Trump y el Russiagate), y de Richard Sawka en su obra Frontline Ukraine: crisis in the borderlands (Primera línea de Ucrania: crisis en las zonas fronterizas), entre otros.
En el segundo grupo están los autores que le atribuyen a Rusia un afán expansionista o de retorno al poder. Entre estos, se distinguen a Angela Stent en su libro Putin’s world: Russia against the West and with the rest (El mundo de Putin: Rusia contra Occidente y con los demás), el artículo El irredentismo como instrumento de la geopolítica y estrategia rusa de Camilo Devia, Juan García y Ángela Herrera, y finalmente El proceso de “reimperialización” de Rusia, 2000-2016 de Mira Milosevich-Juaristi, entre más. Cabe destacar que pese a que la lectura de estos autores sobre el fenómeno ruso es de un imperialismo resurgente y de una agresividad patente, ellos también sitúan el fenómeno de la expansión de la UE y de la OTAN como determinante en la actitud de Moscú.
Este dato es clave en el análisis del posicionamiento de ambos grupos: mientras que para el primero la culpa recaería en occidente por haber puesto a Rusia entre la espada y la pared, para el segundo grupo Rusia sería el actor paria que, atribuyéndose una suerte de tutela injustificable sobre su esfera de influencia, pasaría a reafirmar su hegemonía por la fuerza al percibir una intromisión foránea entendida como inapropiada.
Por divergentes que sean estos autores en sus respectivos análisis de la política exterior rusa, ambos enfoques coinciden en un factor esencial: Asia Central no habría estado dentro de la órbita de interés rusa, ni por considerarla una amenaza a sus intereses, ni por tener un atractivo para su política de expansión en su proceso de reimperialización. El tema o es completamente omitido por no ser considerado objeto de interés o preocupación para Rusia, o es directamente abordado como una zona donde por su ubicación geográfica – que lo sitúa lejos de Occidente – y por su bajo nivel de penetración de ideales occidentales, el país nada tendría que temer de una intervención rusa en su territorio. (Milosevich-Juaristi, 2016, págs. 17-18) Pero los disturbios en Kazajistán y la posterior intervención rusa habrían puesto en entredicho esta suerte de consenso establecido entre estas dos divergentes escuelas de pensamiento, e invalidado la lectura reactiva del accionar ruso.
Para determinar si esta lectura que se ha empleado a la hora de abordar el fenómeno de la política exterior rusa aplica al caso de Kazajistán, se plantea una pareja de hipótesis que de verificarse acertadas brindarán apoyo a la teoría de que Rusia sigue un esquema reactivo vis à vis occidente en su política exterior. En caso contrario, se comprobará que el fenómeno de Kazajistán estaría rompiendo con el precedente establecido por las experiencias de Georgia y Ucrania, lo que subraya la idea de que la Rusia de Putin apunta a preservar sus vínculos con regímenes allegados al poder, independientemente de si se corre el riesgo de una aproximación a Occidente o no.
Hipótesis 1: las revueltas en Kazajistán llevan la impronta de una Revolución de Color.
Hipótesis 2: las revueltas en Kazajistán implican un riesgo geopolítico para Rusia.
Kazajistán: ¿Una Revolución de Color?
“Según el Kremlin las ‘revoluciones de color’ (‘la forma del cambio no violento del poder en un país manipulado desde fuera con medidas económicas, humanitarias y otras no militares’) representan la mayor amenaza para la seguridad global porque son causa del terrorismo, de la fragmentación de los Estados y de la ampliación de la OTAN.” Así describió Mira Milosevich-Juaristi (2016) el fenómeno conocido como revoluciones de color en la antigua periferia soviética, designaciones que recibieron las revoluciones del 2003 en Georgia (la revolución de las rosas), en 2004 en Ucrania (la revolución naranja) y en 2005 en Kirguistán (la revolución de los tulipanes) y que sirvieron como inspiración para la revolución del Euromaidán del 2013-2014. (Devia, García, & Herrera, 2017, págs. 94-102)
Estas revoluciones de color “se producen dentro del espacio postsoviético, en contraposición a supuestos regímenes autoritarios, y se muestran a favor de la democracia liberal, dándoles un carácter prooccidental.” (Devia, García, & Herrera, 2017, pág. 100) Así, no es de extrañar que, con ocasión de los disturbios en Kazajistán, el Kremlin sentenciara firmemente que no toleraría una revolución de color en su periferia y procediese a su remoción. (Seddon, 2022)
Pero si se atiende a la fisonomía de los disturbios en Kazajistán, estos demostraron ser únicos en su género: no surgieron producto de unas elecciones contestadas (como los casos de Georgia, Ucrania y Kirguistán) ni de una escena política independiente o autónoma como aquella que floreció en Bielorrusia entre 2020-2021, ni se respaldaron en ONGs como lo hicieron los activistas en Georgia y Ucrania; paradigmáticamente las movilizaciones sociales en Kazajistán respondieron a fenómenos genuinamente autóctonos y divorciados de una agenda global. (Marat & Tutumlu, 2022)
En efecto, las protestas comenzaron con el incremento del precio del gas, vital para el sustento de muchos kazajos. De esta forma, los manifestantes habrían buscado una mejoría de su situación, de la inequidad económica y de sus derechos civiles y políticos, así como un fin a la corrupción desenfrenada del país, sin por ello alinearse con Occidente. (Marat & Tutumlu, 2022) Por más de que el Kremlin buscase azuzar los miedos de una revolución de color, no se pudo constatar la injerencia de Occidente en el proceso de gestación de los levantamientos kazajos aquí analizados, lo que invalida la idea de una infiltración occidental ideológica. (The Week Staff, 2022)
Así, se verifica como falsa la hipótesis de que los disturbios en Kazajistán hayan constituido una revolución de color: no habría seguido la fisonomía del precedente establecido por Georgia y Ucrania, ni tampoco presentado la injerencia occidental en sus respectivos levantamientos.
Rusia y el miedo geopolítico: la expansión de la OTAN y de la UE
Respecto de la faz geopolítica, cabe analizar en qué medida el temor por la expansión de la UE o de la OTAN puede haber jugado a favor de la reacción de Moscú de cara a los disturbios kazajos: mientras que en el caso de la crisis de Ucrania la debacle se puede enmarcar en el contexto de una pugna entre la UE y la Unión Euroasiática (Cadier, 2014), la de Kazajistán no presentó una significativa presencia del bloque europeo: la UE no estuvo presente en la crisis a nivel institucional y sus estados actuaron unilateralmente de forma ambivalente en la región, presentando manifestaciones tan dispares como el anuncio del primer ministro húngaro, Viktor Orbán, sobre la solidaridad de Hungría con el gobierno kazajo, (Dumoulin, 2022) o aquellos de Alemania y República Checa que cortaron el suministro de armas al país de Asia Central en rechazo de la represión gubernamental. (Nattrass, 2022)
En cuanto a la OTAN, si bien Kazajistán forma parte de las operaciones conjuntas con la alianza transatlántica en el marco de la lucha antiterrorista y de mantenimiento de la paz (bajo el eslogan de Steppe Eagle), (Nurgalieva, 2021) nada apuntaría a que hubiese habido intervención extranjera en el país previo al arribo de las fuerzas de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (la OTSC, un instrumento regional análogo a la OTAN ideado por Moscú). (Kucera, 2022)
La evidencia parecería apuntar a otra razón: el despliegue de la OTSC habría servido como bautismo de fuego a esta alianza defensiva regional euroasiática, cuyo mandato tácito sería el mantenimiento de las autocracias euroasiáticas. La intervención habría sido ideal para aplacar indirectamente cualquier disidencia que Bielorrusia o Rusia misma pudieran tener, al mandar un mensaje contundente de eficaz represión a la oposición interna. Asimismo, la maniobra habría reforzado la posición del presidente kazajo Kassym-Jomart Tokayev de cara a su predecesor Nursultan Nazarbayev, cimentando la posición del actual aliado de Moscú. (Cooley, 2022)
Las pruebas apuntan a desmentir la hipótesis de que los disturbios en Kazajistán habrían supuesto un peligro geopolítico para Moscú, lo que sugiere que la maniobra se habría originado en una necesidad de presentar una vigorosa respuesta a la disidencia y en un afán de preservar en el poder a sus aliados.
Conclusión
La ausencia de una fisonomía fenomenológica de una revolución de color y de una presencia significativa de la OTAN o de la UE en el país apuntan a que la métrica usualmente empleada para analizar el accionar ruso en la antigua periferia soviética sería insuficiente para explicar el fenómeno kazajo. En efecto, se estaría ante un nuevo modus operandi riso, que demostraría que más que estar preocupado por la expansión de la influencia de Occidente en su región, bregaría por el mantenimiento de su propia ascendencia sobre los países en los que ya tendría el control asegurado y se serviría de la maniobra también para mandar un mensaje a la oposición interna. No sería así una reacción a Occidente, sino contra cualquier elemento que amenaza con socavar su posición ya conquistada frente a una amenaza exógena (es decir, importada desde la UE o la OTAN) o endógena (autóctona de los países bajo la égida de Moscú o de Moscú misma).
Bibliografía
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